Este 7 de mayo se cumple el 90º aniversario del natalicio de María Eva Duarte de Perón, o simplemente Evita, como la llamaban los más humildes, lo que nos invita a rememorar su magnífica obra política y social y a reflexionar sobre el alcance y el sentido revolucionario que tuvo la misma, hecho que trasciende hasta nuestros días.
Evita fue la pasión revolucionaria que impulsó la acción decidida de hombres y mujeres, que fueron actores principales de un momento histórico en la vida de nuestro país, que elevó las condiciones sociales y políticas, fundamentalmente, de la mujer y del trabajador argentino, a través del reconocimiento de sus derechos, de su condición de seres humanos integrales y del rol que les correspondía como sujetos de transformación social.
Con la creación de su fundación, Evita motorizó la atención de los sectores más humildes del pueblo, especialmente de los niños y de los más ancianos, no como obra de una graciosa concesión filantrópica o benéfica, sino a partir del reconocimiento de la dignidad humana que encarnaban y de su consideración como protagonistas de la historia.
La ayuda a los más desprotegidos de todo derecho y la inclusión social fue la bandera de su lucha, la que se complementó con la firme voluntad de transformación de un gobierno orientado al logro de la independencia en el plano económico, la soberanía política y la justicia social como horizonte comºn de todos los argentinos.
En los albores de nuestro Bicentenario, cuando los ejemplos en la política no abundan, cuando nuestro país sufre la falta de trabajo y de oportunidades para quien trabaja honestamente, cuando nuestros niños y ancianos están abandonados, cuando es una utopía la educación y salud para todos, cuando es moneda corriente la claudicación y la renuncia a la lucha, surge con grandeza la imagen esperanzadora y el accionar de Evita, estampando en el pueblo su sello imborrable.
Fragmento del libro "La razón de mi vida", Eva Perón ( 1951).
Cuando elegí ser "Evita" sé que elegí el camino de mi pueblo. Ahora, a cuatro años de aquella elección, me resulta fácil demostrar que efectivamente fue así.
Nadie sino el pueblo me llama "Evita". Solamente aprendieron a llamarme así los "descamisados". Los hombres de gobierno, los dirigentes políticos, los embajadores, los hombres de empresa, profesionales, intelectuales, etc., que me visitan suelen llamarme "Señora"; y algunos incluso me dicen públicamente "Excelentísima o Dignísima Señora" y aºn, a veces, "Señora Presidenta".
Ellos no ven en mí más que a Eva Perón. Los descamisados, en cambio, no me conocen sino como "Evita". Yo me les presenté así, por otra parte, el día que salí al encuentro de los humildes de mi tierra diciéndoles "que prefería ser "Evita" a ser la esposa del Presidente si ese "Evita" servía para mitigar algºn dolor o enjugar una lágrima. Y, cosa rara, si los hombres de gobierno, los dirigentes, los políticos, los embajadores, los que me llaman "Señora" me llamasen "Evita" me resultaría tal vez tan raro y fuera de lugar como que un "pibe", un obrero o una persona humilde del pueblo me llamase "Señora". Pero creo que aºn más raro e ineficaz habría de parecerles a ellos mismos. Ahora si me preguntasen qué prefiero, mi respuesta no tardaría en salir de mí: me gusta más mi nombre de pueblo.
Cuando un pibe me nombra "Evita" me siento madre de todos los pibes y de todos los débiles y humildes de mi tierra. Cuando un obrero me llama "Evita" me siento con gusto "compañera" de todos los hombres.